27 de agosto de 2011

A veces es más fuerte que uno y se hace imposible no mendigar cariño a extraños. Todos tenemos ese momento en el que necesitamos que alguien juegue a que nos quiere. Que sea actuado por lo menos. Porque estar soltero apesta y todos lo sabemos.

Algunos lo saben ocultar mejor que otros, pero todos tenemos esa misma sensación al volver a casa. Ese vacío que no se llena con ese fernet bien cargado que le pedís al chico de la barra. Por un segundo creemos que se puede llenar con esa persona que en la mañana siguiente vamos a evitar mirar directo a los ojos para hacer menos costoso el mentir diciendo "después hablamos", pero no.

El vacío sigue ahí porque a la noche la soledad desespera y Gustavo tiene mucha razón en eso. Una persona descontrolada siendo el centro de la fiesta es solamente eso: una persona. No importa a cuántos esté entreteniendo, no deja de ser una persona sola. Y ese momento, en el que todos se van, "el alma de la fiesta" descubre que el show terminó y arranca la desesperación.