A veces es más fuerte que uno y se hace imposible no mendigar cariño a  extraños. Todos tenemos ese momento en el que necesitamos que alguien  juegue a que nos quiere. Que sea actuado por lo menos. Porque estar  soltero apesta y todos lo sabemos.
 
Algunos lo saben ocultar mejor que otros, pero todos tenemos esa  misma sensación al volver a casa. Ese vacío que no se llena con ese fernet bien cargado que le pedís al chico de la  barra. Por un segundo creemos que se puede llenar con esa persona que en  la mañana siguiente vamos a evitar mirar directo a los ojos para hacer  menos costoso el mentir diciendo "después hablamos", pero no.
 
El vacío sigue ahí porque a la noche la soledad desespera y Gustavo  tiene mucha razón en eso. Una persona descontrolada siendo el centro de  la fiesta es solamente eso: una persona. No importa a cuántos esté  entreteniendo, no deja de ser una persona sola. Y ese momento, en el que  todos se van, "el alma de la fiesta" descubre que el show terminó y  arranca la desesperación.
